lunes, 25 de mayo de 2009

Influenza

La influencia de la influenza

Héctor Javier Sánchez Pérez, Investigador Titular de ECOSUR.

México está pasando por una crisis sanitaria debido al virus de la influenza A H1N1. Múltiples preguntas, dudas e inquietudes asaltan a la población. Por un lado, nos dice el sector salud a través del secretario del ramo, que la epidemia, al 10 de mayo, ha causado ya la muerte de 48 personas de las 1,626 que han resultado positivas a dicho virus en el país, es decir, el 2.95% de fallecidos entre las y los enfermos, lo que en términos epidemiológicos se conoce como “letalidad”. Por otra parte, resultan inquietantes varios aspectos relacionados con esta epidemia:

1. El retraso en la notificación de los primeros casos y no sólo eso, sino la falta de infraestructura en el país para identificar el virus. Aquí habría que tener en cuenta la tendencia al abandono y la falta de recursos que se tiene tanto del sector salud, como de instituciones de educación superior, incluyendo a la UNAM, las cuales no cuentan con laboratorios especializados para este tipo de emergencias —al menos hasta antes de esta epidemia—. En un país del que sus autoridades alardean que pese a la crisis económica vamos “muy bien” y que su principal prioridad es la población, el que no haya al menos un laboratorio para hacer la identificación del virus en cuestión, deja mucho que desear y desnuda la demagogia del grupo gobernante. Además, la epidemia puso en evidencia el error de desmantelar el Instituto Nacional de Virología; la miopía de la Secretaría de Hacienda, por no haber aportado fondos en su momento para la elaboración de vacunas (véase el caso de Birmex); y, que si supuestamente existe un plan de contingencia sanitaria, éste –al igual que muchos otros planes en el país- únicamente existen en papel y pocas veces se ponen en práctica oportunamente.

2. En Los Pinos, lejos de asumir una actitud autocrítica a partir de la cual se haga una evaluación de cuál es realmente la situación del sector salud en cuanto a su capacidad para prevenir, diagnosticar y controlar este tipo de emergencias –así como de otras enfermedades que causan mucho mayor número de muertes que el virus A H1N1, como la tuberculosis, la desnutrición, las infecciones respiratorias agudas, las enfermedades diarreicas, y otras formas de influenza-, se asume una actitud triunfalista y prácticamente nos brindan la idea de que actuaron de manera más que eficiente, y que deberíamos estarles más que agradecidos tanto en el país como en el ámbito mundial, por su “muy atinada” intervención y por habernos salvado. En este sentido, mal hacen en no reconocer que la letalidad del virus A H1N1 ha sido, afortunadamente, mucho más baja de la esperada: de 2.95% como ya se mencionó anteriormente, cuando ha habido otras epidemias por este tipo de virus que han tenido tasas de letalidad mayores a 30%.

3. Si bien se entiende el temor de las autoridades por tratarse de un virus nuevo del que se desconocen muchas cosas, precisamente por ser de reciente aparición, surge la pregunta ¿por qué no se hace algo para que ya no ocurran tantas muertes en el país por algunas de las enfermedades anteriormente mencionadas? Por ejemplo, hoy en día debería resultar inaceptable que ocurriera al menos una muerte por tuberculosis, o por cáncer cervicouterino, o alguna muerte materna, o que se nos mueran niños o niñas por diarreas, infecciones respiratorias y un largo etcétera. Sin embargo, muchas, muchísimas personas —sobre todo niños, niñas y poblaciones en condiciones de vulnerabilidad y exclusión económica y social— se siguen muriendo en México por ese tipo de causas y, lo peor del asunto es que no se ve una verdadera voluntad política para aliviar esa situación. Muy seguramente usted, o alguno/a de sus familiares habrá experimentado en los servicios de salud institucionales mala calidad en la atención, falta de medicamentos, tiempos de espera hasta de meses para recibir una rehabilitación o para operarse, o simplemente, para que le practiquen alguna prueba de laboratorio o para que le tomen alguna imagen que requiera el empleo de una tomografía computarizada, por citar solo unos ejemplos.

4. Tampoco se aprecia una voluntad para cambiar las condiciones socioeconómicas que hacen que la población mexicana en su gran mayoría padezca enfermedades consideradas de la pobreza. Más bien, parecemos ir en sentido contrario, las tasas de desempleo son cada vez mayores, los pocos trabajos que se generan cada vez son más mal pagados, son de carácter temporal y sin ningún tipo de prestación social, tales como seguro médico y fondos para jubilación. Las y los trabajadores que sí tienen seguridad social, también ven reducido su poder de compra, ven –y padecen- el deterioro de los servicios de salud que les corresponde y, en un futuro muy próximo, verán aún mucho más reducido su ingreso cuando les toque jubilarse ya que, de acuerdo a las reformas efectuadas a las principales instituciones de seguridad social —IMSS e ISSSTE—, en el mejor de los casos a las y los trabajadores les tocará entre un 25-30% de su salario que tenían en activo. En este sentido, resalta la diferencia de trato que da el gobierno al sector empresarial y al trabajador. Mientras los bancos y las grandes empresas nacionales y trasnacionales, reciben grandes cantidades de recursos a través de “rescates”, fobaproas y devolución o condonación de impuestos, las y los trabajadores reciben “alzas salariales” anuales de 4-5% —cuando los niveles de inflación son mayores— y ni quien se ocupe de las pérdidas de sus fondos de pensión, y mucho menos de sus condiciones de trabajo, tal como lo pueden constatar los mineros y los trabajadores agrícolas, entre otros sectores. Un pueblo, mientras más condiciones desfavorables de vida tenga, más vulnerable será a las enfermedades de carácter infecto-contagioso, como es el caso del virus A H1N1. ¿Qué está haciendo y que hará el gobierno en un futuro cercano para disminuir dicha condición de vulnerabilidad? Con anuncios y propaganda a granel del “Seguro Popular” y de las clínicas del “Preven-IMSS", es seguro que no cambiarán las cosas.

5. El manejo de la información sobre la magnitud y distribución de esta epidemia ha sido más que errónea, sobre todo en los primeros días de la epidemia. ¿Por qué no hubo una caracterización de las y los pacientes que murieron por el virus, sino hasta el viernes 8 de mayo, fecha en que se dieron a conocer tan sólo algunas características de los mismos? Fue muy extraño que los primeros días el mismo número de muertes "confirmadas" —como lo señalaba el propio Dr. Córdoba— por el virus era de 20. Conforme pasaban los días, el número de muertos iba en aumento, hasta llegar a alrededor de 160, pero el número de muertos por este virus “confirmado” seguía siendo de 20, hasta que, en esos días —29 de abril—, disminuyó a siete y, según los últimos informes hoy van 44.

6. ¿Se tienen o no se tienen medicamentos suficientes en el país? Por un lado, Felipe Calderón dice que tiene buenas noticias y que hay medicamentos suficientes para hacer frente a la epidemia y, por otro, Agustín Carstens anuncia que los nuevos créditos otorgados a México, son precisamente para comprar medicamentos. Si es que sí teníamos los antivirales necesarios, ¿entonces para que fue realmente el crédito que el Secretario de Hacienda anunció que iba a ser para la compra de medicamentos?

7. ¿Por qué si en el mundo ya hay 4,694 casos confirmados al 10 de mayo –incluyendo los 1,204 detectados en México—, prácticamente la totalidad de las muertes por este virus ocurren aquí en México —48 de los 53 registrados en todo el mundo en total al 10 de mayo—? El Secretario de Salud mencionó que las y los pacientes llegaban tardíamente. ¿Será? ¿Tardíamente los primeros casos, pero los de días posteriores, con esta "psicosis" que ocasionó que la gente saturara los servicios médicos ante la aparición de los síntomas tan ampliamente difundidos por los medios de comunicación? Por ejemplo, en los últimos días de abril, los servicios médicos del Distrito Federal hablaban de más de 9 mil consultas de pacientes que llegaban con síntomas respiratorios. Entonces, es válido preguntarse, ¿muerte por retraso en la búsqueda de atención o por mala calidad de la atención, incluyendo retrasos, pero en el diagnóstico y atención médica?

Ojalá y la influenza deje una influencia pero no de muertes, ni de aislamiento físico ni social de unos con otros/as, ni nos haga perder la solidaridad —en su más genuino sentido— y tampoco nos haga vernos con desconfianza como potenciales contagiadores/as de unos a otros/as y tampoco nos conduzca a la inmovilidad. Si bien hay que seguirse cuidando con algunas medidas sanitarias recomendadas —sobre todo el lavado de manos, el evitar ir a lugares concurridos y que las personas con síntomas respiratorios usen cubrebocas y se atiendan en los servicios de salud—, esta epidemia debería servirnos para organizarnos como sociedad para garantizar el cumplimiento del derecho a la salud que todas y todos nosotros tenemos, así como impulsar cambios reales que posibiliten que la mayoría de la población y no sólo unos cuantos, tengan un buen nivel y calidad de vida

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